(Por Norberto Colominas. Periodista) Todo producto tiene un costo y un precio inicial. A partir
de allí arranca la cadena comercial (el producto pasa por distintos
intermediarios hasta llegar al consumidor) que va incrementando ese valor de
origen hasta llegar al precio final, siempre alto (impuestos incluidos). Esta
cadena expresa la lucha por el ingreso, en la que el asalariado tiene todas las
de perder, ya que es el único que no puede trasladar la inflación a otros.
Los precios que administra el estado no provocan inflación,
sino al contrario, deflación (vía subsidios). Es el sector privado, tanto de la
ciudad como del campo, el que tiene en sus manos la cadena de intermediación. A
este factor interno de la cadena que va desde la producción al consumo se
agrega la ola desestabilizadora de la oposición al gobierno (política y
económica) que, medios de comunicación mediante, presiona hacia arriba el valor
final de cada mercancía y establece “el precio internacional” a moneda
constante. Allí entra a jugar el billete verde.
Pero no es la cultura del dólar, como dice el gobierno, sino
el lavado de cerebro que provocaron los medios de comunicación en Argentina en
los últimos 80 años, desde el famoso quiebre económico internacional en 1930,
pasando por Kieguer Vasena hasta llegar a Cavallo, para que el ciudadano común
crea que si no gana en dólares esta fuera de la cancha.
Pero los trabajadores y asalariados en general ganan en
pesos y consumen en pesos. El problema es que el precio marcado en pesos
expresa, en realidad, una determinada paridad con el dólar. Si esa paridad les
conviene a los más sectores más concentrados, no hay especulación contra la
moneda, pero si no les conviene, atacan, como lo hacen ahora, cuando unos
200.000 individuos y empresas mueven entre 180 y 220 millones de dólares por
día. Ese es el volumen del mercado paralelo. Y eso significa que 39.800.000
argentinos no especulan con la compra-venta de moneda extranjera.
La inflación es, con mucho, la mejor fotografía de la lucha
de clases, lucha en la que el estado, que debería ser juez y parte, muchas
veces no es ninguna de las dos cosas, aunque cabe aclarar que si el Banco
Central hubiera intervenido en el mercado cambiario aportando dólares y
retirando pesos para bajar el precio del “blue”, ahora tendríamos una cantidad
considerablemente menor de reservas.
La inflación no es un estado de ánimo sino una realidad
económica, aunque cierto es que muchas decisiones individuales se ven influidas
por los medios, que machacan, meten miedo y siembran incertidumbre. Decir que
son destituyentes es piadoso. Son enemigos del pueblo y de la nación, los
peores que tenemos.
Sólo la existencia de una burguesía nacional en alianza con
los trabajadores podría sacar al país definitivamente adelante, promover el
desarrollo y la justicia social. Pero, históricamente hablando, ese sueño es una pesadilla.
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